lunes, 18 de julio de 2011

CONTEXTO POLÍTICO POSMODERNO

 


La política lleva tiempo atravesando una grave crisis. Una crisis que se manifiesta en dos sentidos. Por un lado, comienza a asentarse entre la opinión de algunos analistas e intelectuales la convicción de que, lo que en los últimos tiempos ha venido llamándose “la clase política”, comienza a dar síntomas inequívocos de sufrir una grave desorientación, descompromiso social y, lo que probablemente sea más preocupante, una creciente falta de capacidad analítico-crítica y reflexiva. Y no es que a los políticos les “falte oficio”, como podría decir simple y llanamente la expresión popular, pues es precisamente esto lo que ha degenerado la actividad política hasta los niveles que hoy mismo comprobamos. Convertir la política en una profesión más, en un oficio, en una diligencia más bien rutinaria y burocrática que cualquiera podría desempeñar ha terminado con el debate de ideas, con la verdadera política.

Cualquiera medianamente crítico, ha de convenir que hoy la política es un espectáculo más, alentado y agrandado por los medios de comunicación. Este binomio, políticos-mass media, ha derivado en una espiral de la que va a ser difícil salir, pues los unos necesitan de los otros indistintamente. Esta es la explicación.

El ambiente posmoderno, como ya adelantamos, se caracteriza en buena medida por una indiferencia social de la masa popular. El proceso de personalización ha provocado un acusado individualismo en los ciudadanos, un “narcisismo psicológico” y nuevas formas de egoísmo que no favorecen en nada a la participación de los individuos en la tarea y preocupación que atañen a la res publica. El ciudadano posmoderno muestra una “sensibilidad epidérmica” hacia lo social, pasajera y fluctuante. Así pues, la idea política no recala en la masa, porque a ésta realmente no le interesa. Ciertamente, esto es un problema para la clase política, sobre todo en los periodos previos a cualquier cita electoral. La solución: siendo conscientes de que la masa posmoderna solamente responde con avidez al “espectáculo”, los políticos utilizan a los medios de comunicación de masas para, espectacularizando la política, reclamar la atención del electorado. Consecuencia primera, ya comentada: la política se banaliza, adultera su verdadera naturaleza. Consecuencia segunda: la ciudadanía se acomoda a este modelo, pues se amolda a sus “necesidades”. Dejamos a Lipovetsky señalar, magistralmente, la tercera consecuencia: “las elecciones siguen interesando a los ciudadanos pero de la misma manera (o incluso menos) que las apuestas, el parte meteorológico o los resultados deportivos” .

Analizando el binomio antes planteado, pero en sentido opuesto, podemos destacar una patente realidad. Los mass media han sido los primeros en percatarse o apuntarse a la vida-espectáculo posmoderna. La información y el entretenimiento se han espectacularizado ostensiblemente, llegando incluso a fusionarse, dando lugar al “infotainment”, elaborándose noticiarios soft o light, ajenos al más mínimo análisis reflexivo o interpretativo, o incluso satirizándose a ellos mismos. La política, como no podía ser de otra manera, forma parte de este planteamiento mediático, focalizándose la atención en lo accesorio, en lo fútil o, en lo que es eminentemente divertido.

Si medios y políticos no apuestan por la política, sino por el espectáculo político, ¿van a ser los ciudadanos, la masa aletargada, sus átomos individualizados y hedonistas, los que aboguen por ella? Se antoja casi imposible. Llegado este punto, quizás algunos datos pudieran ilustrar mejor esta realidad. Una de los estudios más recientes sobre la relación existente entre ciudadanía y política, elaborado por la Fundación Santa María, arroja los siguientes resultados:


El estudio está especialmente interesado en la opinión del ciudadano joven, lo que todavía resulta de mayor interés si tratamos de indagar sobre la incipiente sociedad posmoderna, ya que puede aportar alguna pista sobre la consolidación o no de lo que para algunos es una realidad naciente y para otros ya arraigada.

Los datos dejan bien a las claras las supuestas preferencias posmodernas: existe un importante poso de indiferencia hacia la política, pero aumentan el interés por la vida sexual, la familia, los amigos y el ocio, mientras que desciende el dedicado al trabajo y la formación. Una posible conclusión, y probablemente la más acertada: aumenta la fijación por aquellas inclinaciones que alimentan en cierta medida el hedonismo y disfrute (sexo y ocio) y el individualismo o, como también señala Lipovetszky, la consolidación de grupos cerrados y limitados, en los que el individuo se muestra cómodo y valorado (familia y amigos). Por otro lado, descienden la valoración del trabajo y la formación, síntoma inequívoco de desinterés por el esfuerzo y por el futuro.

¿Es ésta la radiografía de la advenediza sociedad posmoderna? En principio los datos parecen ajustarse a lo dispuesto en los apartados anteriores. Se aboga por el individualismo, obviando lo público (la política), y prestando más atención a lo presente que a lo futuro. En este mismo sentido, aportamos otra tabla que consideramos significativa, incluida en el trabajo ya citado, para que el lector reflexione por sí mismo.





Profundizando un poco más en la cuestión propiamente política, aportamos otra serie de datos. Según el mismo estudio, un 33% de los jóvenes considera que la política no afecta para nada a su vida privada y un 24% que tiene poca relevancia. Un 14% considera que es la manera de controlar el poder. Solamente el 18% considera que con la participación política se puede contribuir a mejorar la sociedad.


Otra naturaleza de estadísticas nos indica igualmente la indiferencia política del que sería candidato a ser un ciudadano posmoderno. Si nos referimos a las cifras de participación electoral, los porcentajes de abstención son ostensiblemente altos. En España, casi siempre en torno al 35%, superándose a veces ampliamente, dependiendo del tipo y ámbito de consulta, este mismo porcentaje. Lo mismo ocurre en Europa y Estados Unidos, en principio adalides de la democracia y los territorios políticamente más activos e influyentes del mundo.

Por lo tanto, en resumen, y agrupando los datos para facilitar la lectura, únicamente un 18% de los jóvenes tiene a la política en buena consideración, frente a un 71% que no la consideran digna de gran interés. Tanto desinterés que, cuando se les pregunta por el sistema de gobierno, aunque mayoritariamente escogen la democracia, un preocupante 10% prefiere o no le importaría vivir bajo el auspicio un gobierno autoritario.


A tenor de lo expuesto, ¿puede afirmarse que el hombre posmoderno es apolítico? Con grandes dificultades. Quizá la respuesta sea más compleja de lo que aparenta. Por un lado, en momentos puntuales, o en función de la coyuntura socioeconómica, ha habido grandes manifestaciones de masas en los últimos años en todo el mundo pronunciándose políticamente sobre algún asunto concreto, siendo este fenómeno de una relevancia y participación social innegables: manifestaciones antibelicistas, antiterrorismo, movimientos altermundialización, reacciones estudiantiles ante reformas estatales (trabajo, educación, vivienda…) etc. Esto incita a considerar que el ciudadano actual todavía presta atención, aunque de manera limitada, a la cosa pública. Pero a la vez, ha de reconocerse la laxitud de tales manifestaciones, momentáneas y pasajeras, objeto de fácil olvido y poca perseverancia.

Por tanto, y curiosamente, la respuesta a la pregunta ha de ser, como la naturaleza posmoderna, relativa. Sí, el hombre posmoderno es apolítico, porque se distancia de la política y del espacio público de ésta para refugiarse en sus propios asuntos, sin contar con ella. El individualismo que le es connatural debido al proceso de personalización; su mayor atención a la política espectáculo, de consumo rápido; “el pensar sin moldes ni criterios”; el “pensamiento débil” y su incredulidad ante los relatos-discursos, entre otras cosas ya apuntadas, provocan inevitablemente su naturaleza apolítica. Pero, bajo otra perspectiva, hay que reconocer que el hombre posmoderno “ha escogido” él mismo este camino, este planteamiento político, que pretender ser apolítico. Y para el hombre posmoderno no hay contradicción de términos, pues su “apertura” conceptual y su emancipación respecto de los esquemas modernos-tradicionales permiten que se asiente en esta postura. El ciudadano posmoderno será unas veces más activo políticamente que otras, todo dependerá del contexto espaciotemporal y de sus propios intereses, y serán los hermenéuticos y los “expertos” los que se encargarán de dilucidar los porqués.

Surge una nueva corriente política, por mucho que ellos mismos quieran alejarse del propio término, y por mucho que los más tradicionalistas se lamenten. O quizás no una nueva corriente, sino una nueva política.

[Extracto, sin notas a pie, del estudio: La influencia de la posmodernidad en los planteamientos políticos y en las relaciones internacionales, por Aitor Lourido]

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